Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
En los últimos años, el oro volvió a ocupar un lugar central en la economía global como refugio de valor ante la volatilidad financiera, la inflación y las tensiones geopolíticas. Bancos centrales —especialmente de economías emergentes— incrementaron sus reservas, mientras en Argentina crece el interés de ahorristas e inversores por incorporarlo a sus carteras. Este artículo repasa las razones de su renovado protagonismo, las alternativas legales para invertir desde el país y las principales consideraciones fiscales a tener en cuenta.
A lo largo de la historia, el oro ha sido un símbolo de estabilidad en tiempos de crisis. Como activo tangible, escaso y universalmente aceptado, ha sabido ganarse un lugar en los momentos de mayor turbulencia económica y política. En la actualidad, esa lógica (en parte) vuelve a imponerse. Es que en un contexto donde los mercados financieros muestran una elevada volatilidad, las tasas de interés reales no logran sostener rendimientos atractivos y las tensiones geopolíticas se intensifican, el oro recupera protagonismo en las estrategias de cobertura de riesgos.
Durante 2024 y lo que va de 2025, el escenario internacional ha contribuido a consolidar esta tendencia. Si bien la Reserva Federal de los Estados Unidos mantuvo una política de tasas de interés elevadas, lo que en principio tiende a restarle atractivo al oro frente a otros instrumentos financieros que generan rendimiento como los bonos, la persistencia de una inflación moderada redujo los rendimientos reales, y eso favoreció al metal precioso como activo de cobertura frente a la pérdida de poder adquisitivo.
A esto se sumaron los efectos de diversos conflictos geopolíticos, como la guerra en Ucrania, la inestabilidad en Medio Oriente y la creciente rivalidad comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos. En este marco, el interés por activos físicos como el oro, que no dependen de emisores soberanos ni están directamente relacionados con los mercados financieros tradicionales, comenzó a crecer.
Su condición de activo tangible, universalmente aceptado y ajeno a decisiones políticas o regulatorias —es decir, un activo neutral o apolítico— lo posiciona como un refugio de valor frente a eventuales sanciones, crisis bancarias o inestabilidad institucional. Esta característica lo convierte en una opción atractiva para preservar el patrimonio en tiempos donde la geopolítica y la economía se entrelazan con creciente complejidad.
Un factor clave fue la política de reservas de los bancos centrales. En particular, economías emergentes como China, India y Rusia intensificaron la compra de oro como estrategia para reducir su dependencia del dólar y fortalecer su posición financiera internacional. Solo en 2023, los bancos centrales de todo el mundo adquirieron más de 1.030 toneladas de oro, según datos del World Gold Council. Se trata del segundo nivel más alto de compras anuales registrado desde que existen mediciones modernas, apenas por debajo del récord de 2022.
Para dimensionar su magnitud: durante la década anterior, las compras anuales promediaban entre 450 y 600 toneladas. Este cambio refleja una decisión estratégica de varios países —especialmente emergentes— de diversificar sus reservas y protegerse frente a riesgos globales.
Si bien el acceso al mercado cambiario se ha flexibilizado en relación con los años anteriores, la incertidumbre macroeconómica y la fragilidad del poder adquisitivo mantienen vigente la búsqueda de activos que funcionen como reserva de valor en pleno año electoral.
En este escenario, el oro reaparece como alternativa, sobre todo entre aquellos con capacidad de ahorro. Profesionales independientes, empresas que buscan resguardar parte de su capital y pequeños inversores sofisticados empiezan a incorporar al metal precioso en sus estrategias de diversificación.
Aunque la compra de oro no es masiva ni inmediata, existen vías legales y disponibles para adquirirlo en el país. Entre ellas, se destacan la compra de oro físico certificado en bancos autorizados o casas especializadas; la inversión en CEDEARs de empresas mineras internacionales; los fondos comunes de inversión con exposición a metales preciosos; y en algunos casos, la tenencia en el exterior a través de plataformas internacionales declaradas, como BullionVault o GoldMoney.
Aunque Argentina obtiene oro mediante emprendimientos mineros en provincias como San Juan, Santa Cruz y Catamarca, la mayor parte de lo extraído se exporta, por lo que su vínculo con la demanda interna es limitado.
Desde el punto de vista tributario y patrimonial, el oro presenta particularidades que deben ser contempladas por quienes evalúan incorporarlo a su cartera. En primer lugar, debe ser incluido en la declaración de Bienes Personales cuando el patrimonio total del contribuyente supere el mínimo no imponible vigente, computándose al valor de cotización internacional de la onza troy (31,10 gramos) al cierre del ejercicio fiscal.
Si se realiza una venta de oro y se obtiene una ganancia, esta puede estar alcanzada por el Impuesto a las Ganancias, en función del encuadre del contribuyente y la habitualidad de la operación.
En el caso de oro adquirido en el exterior o mantenido en plataformas internacionales, deben observarse también las obligaciones de declaración de bienes en el exterior y la eventual aplicación del diferencial de alícuotas para Bienes Personales. Aunque el oro no genera renta mientras no se realice su venta, puede ser relevante en estrategias de protección patrimonial, diversificación fiscal y transmisión ordenada de activos a herederos.
En este marco, el rol del profesional en ciencias económicas resulta clave, tanto para brindar un adecuado asesoramiento tributario como para colaborar en una planificación patrimonial eficiente, transparente y ajustada a derecho.
De cara al futuro, el comportamiento del oro dependerá de múltiples variables: las decisiones de política monetaria de las principales economías, la evolución de la inflación global y local, y la continuidad —o no— de la demanda de los bancos centrales, ya que un escenario de suba fuerte de tasas podría moderar su precio, mientras que una escalada geopolítica podría impulsarlo a nuevos máximos.
En Argentina, la incógnita pasa por la estabilidad macroeconómica. Si se logra consolidar, el interés por el oro podría estabilizarse; si persisten las dudas, seguirá siendo un resguardo atractivo. En cualquier caso, su rol seguirá vinculado más a la preservación del valor que a la búsqueda de grandes ganancias.
Más allá de su cotización puntual, el renovado protagonismo del oro es un síntoma de época. En un mundo y un país con escasez de certezas, los activos que ofrecen estabilidad recuperan relevancia. El oro, sin reemplazar otras estrategias, vuelve a estar en el centro del debate como símbolo y herramienta de resguardo. Su evolución seguirá siendo un termómetro sensible del pulso económico global y local, y un recordatorio de que, para muchos, la prioridad no es ganar más, sino perder menos.