Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
El coeficiente de Okun, formulado en los años sesenta, buscó responder a una pregunta clave: ¿cuánto debe crecer una economía para reducir el desempleo? El economista Arthur Okun descubrió que, en Estados Unidos, hacían falta entre 2 y 3 puntos adicionales de crecimiento del PBI para bajar un punto la tasa de desocupación. Más de seis décadas después, la relación entre crecimiento y empleo sigue en debate. En esta nota repasamos los alcances y límites del coeficiente, su vigencia en el siglo XXI y qué nos dice hoy sobre el mercado laboral argentino.
En economía suele repetirse una verdad incómoda: no todo crecimiento económico se traduce en más empleo. Es que los países pueden ver aumentar su Producto Bruto Interno (PBI) sin que el desempleo baje en la misma proporción. Esta paradoja formuló una pregunta: ¿Cuánto debe crecer una economía para lograrlo? En la década de 1960, llegó una respuesta de la mano del economista estadounidense Arthur Okun.
Cuando trabajaba como asesor en el Consejo de Asesores Económicos del presidente John F. Kennedy, identificó una relación empírica entre dos variables clave: el crecimiento económico y la tasa de desempleo. Okun observó que, en Estados Unidos, para reducir un punto porcentual de desempleo, la economía debía crecer entre 2 y 3 puntos por encima de su nivel tendencial.
El razonamiento supone que si la economía crece por encima de su potencial, las empresas necesitan más trabajadores y el desempleo cae. Por su parte, si la economía se frena, las empresas recortan, ajustan personal y el desempleo sube. Ahora bien, ¿qué tanto aplica este coeficiente en el Siglo XXI?
El coeficiente de Okun nunca fue concebido como una ley exacta, sino como una regularidad empírica, aunque sus límites son evidentes: no mide la calidad del empleo ni los salarios reales; no refleja la incidencia de la precarización laboral; y tampoco captura el impacto de los cambios tecnológicos que transforman el mercado de trabajo. Claro está que, por sí solo, no logra explicar la complejidad de la dinámica laboral.
Si bien dicho coeficiente busca la correlación entre PBI y desempleo, deja afuera una dimensión central: cómo se reparte la riqueza generada. No es lo mismo crecer con salarios reales en alza que hacerlo con pérdida de poder adquisitivo. Tampoco es igual un escenario donde se crean empleos formales y de calidad que uno en el que se multiplica el trabajo informal o de bajos ingresos.
De este modo, el coeficiente de Okun puede ser un buen punto de partida para entender la dinámica entre crecimiento y empleo, pero debe complementarse con indicadores de distribución del ingreso y de calidad del trabajo para ofrecer una visión completa del desarrollo económico.
En Argentina, aplicar el coeficiente de Okun no resulta tan lineal. Las particularidades de nuestro mercado laboral distorsionan la relación entre crecimiento y desempleo: la informalidad alcanza a casi la mitad de los trabajadores, la participación laboral sube o baja según el ciclo económico y los puestos que se crean muchas veces son de baja productividad.
De hecho, la historia reciente ofrece ejemplos claros. Entre 2003 y 2011, la economía creció a tasas muy altas y el desempleo cayó de manera sostenida, en línea con lo que sugería Okun. Sin embargo, en la última década, hubo períodos de crecimiento moderado sin mejoras significativas en el empleo formal, y también recesiones donde el desempleo no aumentó tanto como cabía esperar según el coeficiente.
En Argentina, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional ha mostrado oscilaciones notorias: hubo períodos en que superó el 50 %, y otros en que cayó muy por debajo de esa cifra. Esto revela que la pregunta no es solo cuánto se crece, sino también qué porción de ese crecimiento llega a los asalariados y en qué condiciones.
En un mundo atravesado por la automatización, la inteligencia artificial y las nuevas formas de trabajo, muchos economistas se preguntan si la relación entre crecimiento y empleo sigue siendo la misma que planteó Okun en 1960.
En América Latina, varios estudios muestran que la relación entre crecimiento y empleo es más débil que en economías desarrolladas. Esto se debe, en gran medida, a los altos niveles de informalidad laboral. Cuando la economía crece, una parte importante de esa expansión no se traduce en puestos registrados, sino en ocupaciones precarias o informales. Y cuando la economía cae, no se refleja de inmediato en un aumento del desempleo, porque una parte de los trabajadores migra hacia empleos informales, de baja productividad o directamente deja de buscar trabajo. Así, la elasticidad empleo-producto es menor: el mercado laboral responde con menos intensidad a las variaciones del PBI, lo que limita la utilidad del coeficiente de Okun para explicar la dinámica del trabajo en la región y, en particular, en Argentina.
A esto se suma el crecimiento de nuevas formas de generar ingresos: cuentapropistas, freelancers digitales, influencers y trabajadores de plataformas ‘escapan’ a los marcos tradicionales de medición, haciendo que el vínculo entre crecimiento y empleo formal sea todavía más tenue.
Más de sesenta años después, el coeficiente de Okun sigue siendo una referencia válida, aunque imperfecta, para pensar la relación entre crecimiento y empleo. En la Argentina, donde el avance del PBI convive con la informalidad y la desigualdad, su enseñanza resulta clara: no alcanza solo con crecer, y mirar únicamente el dato del PBI ofrece una foto incompleta de cómo se desarrolla la economía de un país.