La inteligencia artificial avanza más rápido que las normas que intentan regularla. Hoy, plataformas capaces de generar balances o asesorar sobre impuestos ya ofrecen servicios que simulan el trabajo de un profesional, pero sin matrícula, sin control y sin responsabilidad legal. Frente a ese escenario, las ciencias económicas enfrentan un desafío ético y jurídico: integrar la tecnología sin renunciar a la responsabilidad que define a la profesión. Aquí, una mirada sobre cómo convivir con la inteligencia artificial sin delegar lo esencial: el juicio y la responsabilidad del profesional matriculado.

La inteligencia artificial transformó la forma en que trabajamos, aprendemos y accedemos a la información. En pocos años, herramientas capaces de procesar textos, analizar datos o generar informes pasaron de ser una mera curiosidad tecnológica a convertirse en parte del trabajo cotidiano de miles de profesionales.

Sin embargo, esa misma velocidad con que la IA avanza e irrumpe en nuestras rutinas genera una pregunta central: ¿Qué ocurre cuando esas herramientas comienzan a realizar tareas propias del ejercicio profesional sin supervisión humana ni responsabilidad legal alguna?

Si bien las herramientas tecnológicas cambian, el valor del criterio profesional permanece. La IA asiste, pero los colegas matriculados son quienes deciden.

Hoy no existe en la Argentina —ni en la mayoría de los países— un marco jurídico que regule el uso de la inteligencia artificial en el ejercicio de las profesiones ni que defina quién responde ante un error, una omisión o una decisión automatizada; las aplicaciones basadas en algoritmos no están sujetas a los controles éticos ni a las obligaciones legales que rigen para un profesional matriculado.

En ese vacío, comienzan a aparecer plataformas que ofrecen “servicios contables” o “asesoramiento financiero” generados por inteligencia artificial, sin intervención de un contador ni garantía de idoneidad, confidencialidad o responsabilidad civil. Estas propuestas, cada vez más frecuentes en redes y anuncios digitales, plantean nuevos desafíos para la regulación profesional.

Si bien la tecnología puede asistir, la responsabilidad continúa siendo humana.

Cuando la IA se disfraza de profesional

El riesgo no es tecnológico, sino jurídico y ético. Ninguna herramienta de inteligencia artificial puede asumir responsabilidad legal ni responder por los daños que provoque una información errónea o incompleta. Tampoco puede cumplir normas profesionales ni responder ante sanciones, lo que socava la confianza pública. En cambio, el contador matriculado está sometido a un sistema de control que le da sentido a esa confianza: la matrícula. Ese control es el que diferencia la asistencia tecnológica de la práctica profesional legítima. Si bien la tecnología puede asistir, la responsabilidad continúa siendo humana.

Las plataformas digitales, por su parte, no se someten a ningún tipo de verificación. Sus resultados pueden parecer precisos, pero no cuentan con la validación técnica ni la responsabilidad que exige la ley. El problema se agrava cuando estas herramientas comienzan a competir directamente con los colegas matriculados, ofreciendo servicios que simulan el trabajo de un profesional en ciencias económicas. Si bien aparentan ser soluciones rápidas, baratas y accesibles, esconden un vacío de legalidad que pone en riesgo a quienes las usan.

Por ejemplo, una aplicación puede elaborar una liquidación impositiva sin contemplar las últimas actualizaciones normativas, generando errores que ningún sistema asume. También, una inteligencia artificial puede generar un balance o una liquidación, pero no puede interpretar la normativa vigente, evaluar particularidades de un caso o asumir las consecuencias de un error. Su precisión técnica depende de los datos con los que fue entrenada, no del juicio profesional. Y en el ejercicio contable, interpretar vale tanto como calcular. Casos como estos ponen de relieve un vacío normativo que trasciende las fronteras locales y que empieza a discutirse en los principales foros internacionales.

Las nuevas aplicaciones de inteligencia artificial ofrecen soluciones contables y financieras en un clic, pero ninguna reemplaza la revisión técnica ni la responsabilidad del profesional matriculado.

Una regulación pendiente

En los últimos meses, distintos organismos del país y del mundo comenzaron a debatir la necesidad de una regulación específica. La Unión Europea marcó un hito con la aprobación del AI Act, su primera ley integral sobre inteligencia artificial, que clasifica los sistemas según su nivel de riesgo y establece obligaciones de responsabilidad, transparencia y supervisión para los de mayor impacto.

En Argentina, por su parte, si bien se presentaron proyectos de ley que buscan crear un registro nacional de sistemas de IA y definir un marco legal para su uso responsable, aún no fueron dictaminados.

Mientras el profesional matriculado asume una responsabilidad civil y ética ante el Consejo y la sociedad, la IA opera sin registro, sin identidad y sin rendición de cuentas.

En definitiva, la cuestión de fondo no es si la inteligencia artificial puede o no realizar una tarea técnica, sino quién responde por las consecuencias de esa tarea. Mientras el profesional matriculado asume una responsabilidad civil y ética ante el Consejo y la sociedad, la IA opera sin registro, sin identidad y sin rendición de cuentas. Delegar decisiones en una aplicación equivale a renunciar al principio que define la profesión: la responsabilidad.

El Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires viene siguiendo de cerca esta evolución. La reciente advertencia sobre plataformas que ofrecen servicios contables mediante inteligencia artificial busca precisamente proteger a la comunidad y a los matriculados de prácticas que vulneran la ley y desprofesionalizan la actividad.

Además, la institución promueve espacios de capacitación y debate sobre el uso ético y responsable de estas herramientas, incorporando la temática en jornadas, cursos y programas de actualización. La tecnología debe estar al servicio del profesional, no a la inversa.

El desafío es enorme: integrar tecnología y criterio humano sin perder la esencia del ejercicio profesional. El futuro de las Ciencias Económicas no está en los algoritmos, sino en las personas que saben usarlos con ética y responsabilidad.


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