Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
A pesar de que es impreciso el momento, todos los historiadores coinciden en el motivo que llevó a su invención. En los años en que todavía se utilizaba la pluma que se humedecía en un tintero, los ciegos tenían serios problemas para escribir con prolijidad y fue entonces cuando a principios del siglo XIX, el inglés Ralph Wedgwood creó la “Stylographic Writer”, una especie de pizarra que contenía dos hojas de papel tradicional, entre las cuales se encontraba un pedazo de papel empapado en tinta y secado.
Para evitar manchas al escribir, en lugar de las habituales plumas de la época, se utilizaba un punzón o pluma de acero para apoyar sobre la hoja superior y gracias a la acción del carbónico, el recorrido pasaba a la hoja inferior sin manchas en el medio.
El ingenioso sistema se complementaba con unos alambres de metal que hacían las veces de renglones, colocados horizontalmente sobre el tablero de escritura y actuaban como guía para el punzón ayudando a los ciegos a escribir en forma recta.
El papel carbónico es un tipo de hoja muy fina para favorecer el proceso de traslado de la escritura de una página a la otra.
La hoja de papel carbónico cuenta con una cara limpia (1) encima de la cual se coloca la hoja sobre la cual se escribirá.
El dorso (2) está impregnado con una capa de tinta (antes carbón), la que traspasa selectivamente a una nueva hoja que debe colocarse debajo.
El italiano Pellegrino Turri, enamorado de una joven condesa que se había quedado ciega, tuvo razones de sobra para construirle una máquina que le permitiera a su amada continuar con el intercambio de correspondencia.
De una ingeniería mucho más compleja que la de Wedgwood, combinaba el papel carbón con una máquina de escribir y fue la antesala de lo que medio siglo después sería la moderna Remington de Sholes and Glidden.
Al fallecer la condesa, la máquina pasó a manos del hijo de Turri y luego desapareció. Sólo se conservan algunas cartas redactadas con ella; en una del 6 de noviembre de 1808 la condesa escribió: “Estoy desesperada porque me encuentro casi sin papel negro”. El vital insumo era producido únicamente por el propio Turri en forma artesanal.
Aunque otras formas de copiado han diezmado su popularidad, se reserva para sí algunas situaciones donde su sola existencia lo simplifica todo, por ejemplo, para generar copias de documentos como remitos y facturas, que deben confeccionarse en original y duplicado, muchos de los cuales aún se realizan a mano con la ayuda de un papel carbónico.
Para la fabricación del papel carbónico se utiliza una hoja de papel fino impregnada en un lado con una capa de tinta seca cubierta luego con cera. La cera es sometida a un tratamiento de refinado para quitarle las resinas y luego mezclada con un absorbente para que contenga la tinta y evite las manchas.
En sus años de éxito, la fabricación del papel carbónico era el principal destino de la producción de cera de montan, una cera especial que hoy se sigue utilizando para pulir superficies (desde autos, hasta zapatos) debido a que mejora la resistencia al desgaste, actúa como repelente del agua y luego del lustre ofrece un fino acabado.
A pesar de las bajas ventas, de su uso reducido al mínimo, el papel carbón se resiste a desaparecer y en lugar de enterrarlo, las nuevas tecnologías lo han inmortalizado. Los programas y portales de correo electrónico que ya dominan cualquier oficina, le reservaron un lugar de privilegio.
Cada vez que alguien quiera enviar una copia de un mail a un nuevo destinatario contará con las opciones “CC” y “CCO”, abreviatura que hace referencia a las expresiones “Copia de carbón” y “Copia de carbón oculta”, respectivamente.
Las oficinas de inteligencia de los Estados o las herméticas administraciones privadas, preocupadas por mantener la seguridad de su información, solían arrojar a la basura el papel carbónico al instante siguiente de haberlo utilizado.
Sus características lo hacían un bien preciado para los forenses que descifraban a través de ellos la correspondencia y los documentos confeccionados.