¿Podrán los futuros gobiernos de las distintas naciones anticiparse varias jugadas a lo que las economías le deparan y evitar ser jaqueados en el difícil tablero de una espesa partida de ajedrez, por el contexto volátil que las políticas marcan?

A esta altura de los acontecimientos, la relación entre la economía y el medioambiente se muestra como un vínculo indivisible. La actividad económica ha estado amarrada al contexto natural y el ambiente social en el que se desarrolla. Esta relación se mantenía en términos de equilibrio incluso hasta períodos comparativamente recientes que incluyen un avanzado siglo XX.

Sin embargo, la aparición de la economía como ciencia se había mantenido lejos de un análisis funcional entre los movimientos productivos-comerciales y su entorno. 

Hoy sabemos que en economía el largo plazo se construye si y solo si administramos adecuadamente la política macroeconómica de la coyuntura.

ARTÍCULO PUBLICADO EL viernes 16 de marzo
Edición N. 102 - Marzo / Abril 2018

NOTAS DE AUTOR

Dr. Domingo José Mazza Dr. Domingo José Mazza MBA de la Universidad de Quebec (Montreal, Canadá), Licenciado en Economía, Licenciado en Administración de Educación Superior

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
(Ajedrez, de Jorge Luis Borges)

 

¿Podrán los futuros gobiernos de las distintas naciones anticiparse varias jugadas a lo que las economías le deparan y evitar ser jaqueados en el difícil tablero de una espesa partida de ajedrez, por el contexto volátil que las políticas marcan? Seguramente la pericia de cada jugador estará dada por la información que maneje y por la habilidad de previsión que despliegue. Pero ¿dependerá ello solo de los jugadores o de las piezas que dispongan al jugar?

A esta altura de los acontecimientos, la relación entre la economía y el medioambiente se muestra como un vínculo indivisible. La actividad económica ha estado amarrada -desde el inicio de los tiempos- al contexto natural y el ambiente social en el que se desarrolla. Esta relación se mantenía -probablemente por motivos relacionados a la escala de actividad- en términos de equilibrio incluso hasta períodos comparativamente recientes que incluyen un avanzado siglo XX. Este período se vio alertado por el incremento de emisiones tóxicas, derrames de petróleo, talas indiscriminadas de bosques naturales, sobreutilización de plaguicidas y contaminación de cursos de aguas, entre otros fenómenos económicos de contaminación ambiental.

Sin embargo, la aparición de la economía como ciencia -ya hace algo más de un par de siglos, de la mano de Adam Smith con su obra Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, en 1776, cuatro meses antes de la independencia de los Estados Unidos (aún hoy los economistas discutimos cuánto de casual tiene este fenómeno)- se había mantenido lejos de un análisis funcional entre los movimientos productivos-comerciales y su entorno. Por aquel entonces, Manuel Belgrano atendía -como secretario del Consulado de Buenos Aires (1794)- cuestiones relativas a la agricultura, la industria y el comercio, y con tales afanes se revelaba ciertamente adelantado para la época.

Retomando el plano lúdico y adentrándonos en el origen del ajedrez, el libro Shâhnameh nos ofrece una leyenda según la cual el brahmán Sessa Ibn Daher creó el juego a petición de un rajá indio, y como recompensa, le pidió un grano de trigo por el primer escaque del tablero, duplicando progresivamente la cantidad por cada nuevo escaque. Pero mientras el trigo se multiplicaba, las cifras de pobreza en el mundo nos indican que no lo hicieron con suficiencia. Según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), ya en el 2007 morían por día -producto de la falta de alimentación y de la pobreza- 25.000 personas. Esta asimetría entre recursos y necesidades humanas incluye la cruel paradoja de que el problema no es la escasez de los recursos o la indefinida cantidad de necesidades humanas, sino la mala distribución de los primeros.

Así parecen darse los días en la modernidad, mientras corren hacia la conformación de una estructura económica como algo constante, solo modificable en el largo plazo. Para ello la coyuntura considera los movimientos diarios de la riqueza como algo fácilmente mutable, fugaz y evanescente. Hoy sabemos que en economía el largo plazo se construye si y solo si administramos adecuadamente la política macroeconómica de la coyuntura. En una famosa expresión crítica a la economía neoclásica, John Maynard Keynes (1883-1946) afirmó que “en el largo plazo todos estaremos muertos”. Increíblemente el padre de la macroeconomía -que permitió dirimir el largo plazo para el desarrollo de modelos de crecimiento económico aún hoy debatidos- focalizó su preocupación práctica en el corto plazo, en momentos en que la crisis arreciaba.

Desde lo técnico se torna indispensable reconocer los motivos por los cuales las relaciones entre medioambiente y economía han cobrado importancia en los últimos años. Lo que podríamos llamar la creación de conciencia medioambiental debe haberse disparado muy probablemente como consecuencia de las crisis energéticas coligadas a los procesos de producción de bienes y servicios y de desarrollo económico, afectando de algún modo la conservación de la energía y su entropía. Tanto como factor de producción (input) o como factor de la función de utilidad de los individuos (output) se torna indispensable entender que es una relación ineludible -como la de nuestro tablero de ajedrez, las piezas y el jugador-, ya que en definitiva se trata de un entorno que es el soporte mismo de la vida en nuestro planeta.

Breve currículum
El Prof. Dr. Domingo José Mazza es Economista, Lic. en Administración de Educación Superior, MBA de la Universidad de Quebec (Montreal, Canadá), con posgrados y cursos de doctorado en la Argentina y en el exterior. Ha ocupado cargos a niveles municipal, provincial y nacional, en los poderes Ejecutivo, Judicial y Legislativo. Es profesor titular de distintas universidades y ha tenido participación académica en España, Estados Unidos, Brasil, Francia, Inglaterra, Paraguay, Hungría, Perú, México, entre otros países. Ha sido asesor general de la Universidad de Salamanca en la Argentina. Es autor de diversas obras y artículos periodísticos, en la Argentina y en el exterior. Es actualmente director general de Publicaciones del Honorable Senado de la Nación; juez del Premio Nacional a la Calidad en el sector Público y juez del Premio Nacional a la Calidad en la Justicia; jurado de concursos en Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación; director general del CENECO y coordinador técnico de la Comisión de Economía en FACPCE y director de la carrera de Economía de la Universidad de Morón.

Ya en las décadas de 1970 y 1980, en plena crisis del petróleo, surge como disciplina de la ciencia económica la denominada economía ambiental, a partir del modelo de Pearce-Atkinson, basado en las formulaciones de Hartwick (1977) y de Solow (1986). Este último divide el capital en tres formas: el manufacturero (máquinas, infraestructura); el humano (habilidades y conocimientos), y el natural (recursos naturales, renovables, etcétera; todos medidos en términos económicos). A partir de aquí probablemente lo más importante haya sido el reconocimiento de que las necesidades de la población se traducen en términos de funciones básicas del Estado en políticas económicas y especialmente fiscales. De allí que las naciones más poderosas se encarguen de administrar de modo conjunto políticas de subsidiaridad y de generación de tributos -como lo hacían en el antiguo imperio romano-, pero esta vez en términos de incentivos financieros o como tributos relacionados al medioambiente en forma de tasas o impuestos propiamente dichos. Así aparecen los denominados impuestos verdes, así llamados porque tienen como objetivo la recaudación por parte del Estado con el fin de mejorar y proteger el medioambiente.

En definitiva, hoy es clara la relación entre medioambiente y economía, y se percibe su influencia en términos de cotidianeidad en la calidad de vida de los seres humanos. Quienes más han desarrollado estos beneficios sin duda han sido los europeos, ya que sus ciudades ocupan las primeras posiciones en el ranking mundial de calidad de vida. Mientras tanto, la tecnología hace de las suyas en medio de la utilización de estos recursos y los avances de la humanidad a pasos agigantados. Actualmente, por ejemplo, el promedio de vida se incrementa tres meses por año. Hace cuatro años, este promedio era de 79 años; ahora es de 80. El incremental mismo está creciendo, y para el 2036 probablemente haya un año de incremento por año; así que podríamos vivir por mucho tiempo, probablemente más de 100 años. Si a usted le da el tiempo y además de café posee calculadora a mano, haga cálculos y verá que ya pudo haber nacido el niño que muy probablemente vivirá 150 años.

Mientras tanto, los movimientos migratorios se establecen; se torna importante entonces repasar las causas de este fenómeno. Corresponde diferenciar causas vinculadas al contexto global y las relacionadas con circunstancias personales -que en algún lugar se cruzarán, seguramente-, pero habrá que evaluar las dificultades previsibles y qué sucede con las oportunidades, ya que muchas veces alguna de ellas tiene más peso, aunque suelen ir de la mano. En tal sentido parece no ser casual que China esté produciendo islas artificiales en pleno océano para establecer territorio que permita generar espacio poblacional, soberanía marítima y condiciones de explotación allí donde aún nadie posee tales derechos. Y no se asombre usted por ello: ya algunas naciones poseen legislación sobre cómo generar propiedad en el espacio fuera de nuestro planeta.

Si desea ser de la partida, recuerde que aquel viejo juego de ajedrez -con piezas de madera de algún árbol añejo de ébano africano- se ha visto reemplazado para cuidar el medioambiente. Cuando al lúdico intento ingrese su nombre, se exhiba el tablero, aparezca la lista de sus posibles contrincantes y elija a su oponente, estará listo para comenzar a jugar. Pero antes de empezar a jugar, siga pensando en si se trata del jugador o de las piezas. Y aunque Borges seguramente reprobaría la tecnología -que tanto deterioro produjo al medioambiente-, habría de reconocer -también seguramente- que esta vez es aliada para definitivamente protegerlo.

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