Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
Una tarde de 1965, John Shepherd-Barron llegó un minuto tarde al banco, lo encontró cerrado y no pudo retirar el dinero que necesitaba para sus gastos de la semana. Ese disgusto lo movilizó a pensar en una máquina que expendiera dinero a cualquier hora y la concretó en tiempo récord sobre la base de las ya existentes máquinas que entregaban chocolates con sólo poner monedas y apretar unos botones.
Aunque vivía en el campo, Shepherd-Barron era un escocés vinculado al mundo bancario que trabajaba para una empresa fabricante de máquinas de contar dinero y a su vez presidía una compañía de vehículos blindados. La idea nació un sábado. El lunes reunió a su pequeño equipo, les planteó el problema, y dos días después ya tenía algunas soluciones. El viernes acudió a una cena de negocios donde se reunió con uno de los directivos de Barclays, entonces el cuarto banco más grande del mundo y en 90 segundos le explicó su proyecto. “Si puedes hacer esa máquina, yo te la compro”, fueron las palabras con las que regresó a su empresa y al lunes inmediato firmó un contrato con Barclays para desarrollar un prototipo del cajero automático y luego instalar 250 máquinas.
Después de 35 años, John Shepherd-Barron se retiró y falleció un sábado de mayo de 2010 a los 84 años. En su honor, un cajero de Barclays en la calle Enfield de Inglaterra lleva su nombre.
La clave de cuatro números que debe ingresarse para comenzar a operar es un estándar internacional que se le atribuye a Caroline, la mujer de Sheperd-Barron.
Él pensó en una clave de seis dígitos, cantidad que por entonces tenían los registros militares de cada persona, pero tras comentárselo a Caroline, ella le afirmó que sólo podía recordar cuatro dígitos y así nació el Número de Identificación Personal o PIN que aún en la actualidad nadie pone en duda, a pesar de las complejas combinaciones alfanuméricas que se exigen para otros sistemas.
Cadenas de mails llegan a menudo informando que si el usuario es asaltado en la cabina del cajero puede ingresar en forma inversa la clave de seguridad personal, lo cual igualmente le permitirá realizar la operación, a la vez que alertará a la policía para que se haga presente en el lugar. Es simple: es mentira. El cajero sólo funciona si usted ingresa la clave correcta. De insistir con otras claves lo único que logrará es que la máquina le retenga la tarjeta.
La gran mayoría de los cajeros automáticos que funcionan en nuestro país tienen cuatro celdas originalmente preparadas para las distintas denominaciones.
En una carga máxima de 10.000 billetes el cajero llegaba a guardar $450.000. Pero desde hace unos años, para satisfacer la necesidad de los usuarios, las celdas antes destinadas a los billetes de menor valor ahora se cargan con billetes de $200, $500 y $1000 que multiplican el dinero alojado y puede llegar a los cinco millones. Pese a ello, aún es posible que los cajeros se queden sin efectivo, pues la extracción promedio que en 2007 no llegaba a los $300, hoy ronda los $2.000.
A partir de junio de 2007, la provincia de Buenos Aires prohibió la presencia de cajeros automáticos en bingos, casinos, hipódromos, agencias hípicas y de lotería, con el argumento de que alientan el juego compulsivo. Aquellos lugares que ya contaban con uno, se vieron obligados a retirarlos.
Como excepción puede instalarse un solo cajero automático exclusivamente para el pago de haberes de los empleados, sin que esté a la vista, ni en un lugar de acceso al público apostador.