Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
Infancia en los campos de San Pedro, los beneficios del uso de la tecnología en la vida profesional y personal y un costado literario. Por esos caminos transitó la charla que RePro Digital mantuvo con la Dra. Patricia Cuscuela, matriculada en la Delegación La Plata y recientemente jubilada de su tarea como Contadora Pública.
La facilidad de la palabra escrita la convierte también en una excelente oradora y por eso la conversación va de tema en tema casi sin respiro. Nació en la localidad bonaerense de San Pedro en donde asistió a la Escuela Normal durante la niñez. “Por un traslado de mi padre fuimos a vivir a un pueblo muy cercano dentro del mismo partido que se llama Santa Lucía, donde la escuela secundaria, a instancias de la biblioteca popular del lugar, se estaba formando”, recuerda. A pesar del interés de su madre porque sea docente, fue un profesor el que le sugirió que debía continuar estudiando Ciencias Económicas “porque vio que tenía mucha facilidad. De no haber sido por él seguramente hubiera seguido periodismo o letras”.
Un tiempo después dejó la casa familiar y llegó hasta La Plata para ingresar como alumna en la Facultad. “Me gustó mucho la carrera, fue más larga de lo habitual porque trabajé siempre. A los dos o tres días de haber terminado el curso de ingreso me llamaron de un estudio. Con ese primer empleo dejé la pensión en la que vivía por un departamento con dos compañeras y las cosas empezaron a mejorar”, reconoce cuando asegura que el desarraigo fue duro: “Era muy apegada a mi familia, a dejar las comodidades que implica vivir con los padres. Estaba convencida que era lo mejor que podía hacer y todo se fue aliviando. A los 20 años una cree que es inmortal y que lo puede todo, y eso hace que lo pueda hacer. También escribía largas cartas a mi madre contándole todo lo que hacía minuciosamente teniendo mucho cuidado de no decirle las cosas que me provocaban tristeza para que no se angustie”.
Comenzó a cursar la carrera en 1971 y terminó en 1977. “Agarré la última parte de un Gobierno Militar, una parte del advenimiento de la democracia y el golpe de 1976 donde los estudiantes éramos sospechosos por el solo hecho de ser estudiantes”. La colega, que venía de un pueblo del interior donde el contacto con el mundo era “una radio o algunas fotos de alguien que había viajado y contaba algo”, recuerda que “nunca había tenido la vivencia personal y estar acá en el medio de todo eso era ver la historia que pasaba de cerca”.
Si bien es habitual que un estudiante universitario acompañe su desarrollo profesional con alguna tarea laboral y así hacerle frente a los gastos diarios, la Dra. Cuscuela comenzó desde el primer día a trabajar en un estudio contable con colegas que le enseñaron el camino de las ciencias económicas como si fuese una graduada más. Esa experiencia, sin dudas, fue de lo más valiosa.
Cuando ya tenía el suficiente bagaje profesional tomó la decisión de continuar como independiente con todo lo que eso implicaba. “Empecé con un solo cliente. Siempre me gustó la auditoría, pero quería formar una familia y para ese momento ya era mamá. Me di cuenta que ir a Capital a trabajar a los estudios de auditoria era muy difícil. Desistí, y me dediqué a trabajar de forma autónoma. Mi marido viajaba mucho por trabajo al interior de la Provincia, así que había que estar en casa el mayor tiempo posible y fue algo que la profesión me permitió. Cuando mi hijo menor empezó el jardín pude alquilar una oficina y tener un trabajo de varias horas fuera de casa”.
Entre el Angelús y las Vísperas es un texto que la Dra. Cuscuela escribió hace más de 10 años y en esta nota nos regaló un fragmento del cuento. “Me hubiera anotado en Letras de no ser por aquel profesor de contabilidad de la secundaria. Siempre me había quedado esa materia pendiente y hace un tiempo me anoté en un taller de escritura porque me lo debía”.
La colega escribe poesía desde los 9 años cuando su madrina le regaló un libro de Alfonsina Storni. “Me maravillé con su historia”, recuerda y continúa: “Empecé a escribir un poco copiándola. Seguí escribiendo porque la poseía me encanta, incluso ahora estoy haciendo un taller. Tengo pocas cosas mías que me gustan, este cuento es uno de ellos”.
En cuanto al día a día fue intentando abarcar todas las aristas de la profesión, incluso se dio el gusto de hacer algunas auditorías. “Constituí sociedades en la época en que la Dirección de Persona Jurídica funcionaba en donde es la Legislatura, un edificio que estaba todo tabicado por dentro. Y uno podía sacar una Sociedad Anónima en un día, lo que era una cosa rarísima. Cuando le cuento a mi socio actual que es muy joven no lo puede creer. Había que tener todo lo previo y llegar a las 6 para agarrar uno de los 10 números diarios que daban. Ahí uno se internaba en el edificio y salía a las 6 de la tarde con la sociedad anónima constituida”, detalla como si hubiese sido ayer.
“Me fui adaptando al uso de la tecnología por obligación”, reconoce la colega mientras asegura que sus nietos le dan clases particulares ante sus dudas. “La profesión hace que una tenga que estar enganchada con internet y con el sistema. Empecé con máquinas de sumar a manija y pasé por máquinas de contabilidad numéricas”, dice mientras recuerda cómo fue la experiencia de trabajar por primera vez con una computadora en un estudio contable: “Al estudio del Dr. Ferrero llegó una máquina NCR alfanumérica donde se podía pasar simultáneamente el mayor y la sábana del diario y del sub diario todo en simultáneo. Era un carro enorme que estaba ubicado frente a la puerta de la cocina. Yo tenía calculado que cuando terminaba de hacer el pase y apretaba la tecla de final, lo que ahora sería el Enter, tenía tiempo para ir hasta la cocina, cebar un mate y tomarlo. Cuando volvía a sentarme recién se ponía en posición de hacer el pase siguiente”.
Pero no solamente la red fue una entrada al mundo más dinámico de la profesión contable. En su vida personal posibilitó un quiebre que tiene que ver con recuperar parte de la historia de su familia y un homenaje especial a su abuelo. “Recuperaré la familia de mi abuelo paterno. Él era catalán y se vino desde Barcelona en 1907 a poner un almacén de ramos generales en un paraje que se llamaba La Colorada, a 40 km. de San Pedro. Él tenía un solo hermano que también se vino, pero dejó a su esposa e hijo allá. Pude encontrarlos gracias a la tecnología y viajar a conocerlos gracias a la profesión”.
Asegura que ese viaje se sintió como un homenaje a su abuelo y a lo que él le inculcó a su padre. “Que las cosas hay que seguirlas. Si uno está realmente convencido de que lo tiene que hacer tiene que trabajar hasta logarlo”, determina solemne.