Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
Durante las últimas décadas, China paulatinamente se ha convertido en una economía líder mundial en el terreno del comercio, la producción (especialmente de manufacturas) y las finanzas internacionales. Es una economía referente en lo que hace a los procesos de investigación y desarrollo, también ha conseguido adquirir un carácter muy influyente en cuestiones políticas, militares y en otras que hacen a la seguridad global. En suma, va adquiriendo y desplegando algunos rasgos de lo que en teoría de las RRII se considera un “hegemón”, con las responsabilidades que implica desempeñar ese rol.
El rápido crecimiento ha sido acompañado de muchos otros logros, consiguiendo grandes avances en materia de salud, educación, ciencia y tecnología, lo que le permitió ir cerrando la brecha (en ciertos sectores, rápidamente) en todos estos frentes con las economías líderes mundiales. Hoy su influencia se transmite por varios canales y alcanza tal dimensión, que las inversiones de sus empresas en el exterior son determinantes para comprender el rumbo que siguen algunas economías en vías de desarrollo, y así de impactantes son las consecuencias de la participación china en foros y organismos multilaterales.
Este modelo de crecimiento de China ha generado desequilibrios internos y problemas sociales. La conducción política del país es consciente de esas consecuencias, y de la urgencia que requiere atender estos problemas mejorando la calidad del proceso de desarrollo. Ahora bien, no podemos dejar de mencionar que pasar de constituir una economía en la que se decide la preeminencia de una variable (Consumo) por sobre las que explicaron el crecimiento hasta aquí (sintéticamente, las Exportaciones primero y luego la Inversión), está requiriendo de una ingeniería política compleja. Deben sintonizarse diferentes procesos que incluyen la desaceleración en la tasa de crecimiento con homogeneizar los beneficios alcanzados hasta aquí, para no profundizar los desequilibrios entre el campo y la ciudad, y también hacia el interior mismo de estos lugares.
Esta estrategia convirtió a China en una fuente emergente de capital, pero la presencia de esa Inversión Extranjera Directa (IED) en el mundo sigue siendo pequeña en comparación con la de los países industrializados en términos de stock. Puede decirse que China constituye un nuevo actor dentro del juego de las economías más grandes cuyo stock de IED es pequeño, pero que ya cuenta con un flujo anual muy importante, que la coloca en la tercera posición a nivel mundial como origen de los fondos. Ya en 2004 el gobierno anunció un plan para ofrecer créditos subsidiados a empresas que invirtieran en el exterior en ciertas áreas prioritarias, que significaran la adquisición de recursos naturales, proyectos en manufactura e infraestructura que conlleven la exportación de tecnología china, y proyectos de I+D y adquisiciones que fortalezcan la competitividad global de las empresas chinas. Desde aquel momento y durante los siguientes seis años, el país termina concretando 127 tratados bilaterales de inversión y 112 acuerdos de doble tributación, lo que es una política congruente con su creciente inversión directa en el exterior. Es allí cuando Latinoamérica aparece en su radar.
En estrecha relación con los canales comerciales y de inversiones, China se está convirtiendo rápidamente en la principal fuente de crédito soberano para un conjunto de países latinoamericanos, fundamentalmente aquellos con dificultades de acceso a los mercados globales de capitales. La mayor parte del total de la IED que llegó a Latinoamérica fue destinada al sector servicios, seguido por el manufacturero y la vinculada con la explotación de recursos naturales. Son muchos los motivos que explican la naturaleza y carácter de las corrientes comerciales y de inversiones entre China y Latinoamérica, pero el punto más destacable consiste en que ese flujo es interindustrial, lo que dificulta la mayor densidad del comercio entre ambas regiones, deja menos espacio para inversiones conjuntas y limita de alguna manera una mayor y mejor penetración de los países del subcontinente americano en las cadenas productivas de Asia Pacífico. El comercio de tipo complementario aleja parcialmente las posibilidades de un vínculo más estrecho.
Para la RPC, y desde el punto de vista de sus intereses, las economías latinoamericanas son un excelente lugar para comprometer en la producción de materias primas, uno de sus requerimientos clave: el 70% de las compras de China desde Latinoamérica son comodities. De allí, las economías latinoamericanas cuya oferta exportable clásica está basada en aquellos comodities que son intensamente demandados por la RPC, han conseguido balanzas comerciales positivas durante gran parte de lo que va del Siglo XXI. El flujo de divisas ha sido constante y creciente, y en la medida que China lo ha demandado, determinados productos y complejos productivos han colaborado con sus altos precios para entender el enorme flujo de divisas que ingresó por el lado de las balanzas comerciales: lo explican Argentina y su complejo oleaginoso, Brasil y el mineral de hierro, Chile y el cobre, Bolivia y su estaño, Perú con el oro, Venezuela y Ecuador con su petróleo, al igual que Colombia, y un largo etc.
Para el caso argentino ese vínculo tiene una densidad especial, dada la gran complementariedad económica. El comercio bilateral ha sufrido enormes transformaciones durante las últimas dos décadas, tanto cuanti como cualitativamente. A primera vista sobresale el cambio en la magnitud, pues a comienzos de la última década del siglo XX, el comercio bilateral era prácticamente inexistente y se circunscribía a unos pocos productos. De hecho, China competía con Argentina en terceros mercados con algunos productos, pues exportaba productos primarios -entre ellos granos de soja y petróleo crudo-. Desde fines del siglo pasado, y con mucha velocidad en los últimos quince años, el comercio bilateral creció varias veces, alcanzando un volumen de aproximadamente us$ 15 mil millones. Sin embargo, el cambio en la calidad del comercio bilateral es el aspecto singular, cuestión íntimamente relacionada con la madurez de la relación bilateral. En esta década y media la tendencia de la composición de las importaciones desde China muestran un cambio importante, desde los bienes de consumo que representaban la mitad de estas importaciones en el año 2000, hacia una mayor importancia de las importaciones clasificada como “bienes de capital” y de “piezas y accesorios para bienes de capital”, que representa en conjunto más de 50% en 2014.
El rápido crecimiento de las exportaciones de China en las últimas décadas ha causado sentimientos mixtos. Por un lado los productores se ven beneficiados por importar insumos a precios convenientes que mejoran su competitividad. Por otro, las empresas están preocupadas porque el dinamismo chino aumenta la competencia de manera directa (en sus propios mercados) e indirecta (en terceros mercados). La evidencia disponible -aún escasa- sugiere que las empresas locales sufren más por la competencia indirecta que la directa. En los casos de la Argentina y Brasil, China ha desplazado a productores locales de manera significativa entre 2001 y 2006 sólo en algunas industrias como por ejemplo bicicletas y motocicletas, televisores y radios y productos electrónicos básicos. Esto pone a nuestro país en el mismo lugar que muchos otros en vías de desarrollo: padeciendo en el terreno comercial la impresionante capacidad de China para hacerse de partes de mercado.
Por todo esto es destacable el grado de maduración de la relación bilateral que, de acuerdo a los criterio chinos, es ahora una Asociación Estratégica e Integral, porque no se restringe a las cuestiones comerciales y de inversiones, sino que involucra aspectos mucho más densos que tienen que ver con las posiciones políticas globales frente a cuestiones multilaterales, hasta aspectos culturales, militares y de defensa, científicos y hasta educativos y universitarios.
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