Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
Habían pasado ya veinte años del final de la guerra pero Japón aun estaba en proceso de reconstrucción. Era 1965 y Yoriko Shimabukuro tenía apenas siete años. Hacía cinco que su padre se había ido en busca de un lugar en el mundo que le permitiera, a él y su familia, tener una vida próspera; algo que su Ginoza-son natal (localidad de la provincia de Okinawa) no le ofrecía. Ese destino era Argentina y tras un lustro de trabajo a destajo, la colega, su madre y una tía embarcaron hacía el puerto de Buenos Aires. Duración del viaje: dos meses.
“Recuerdo la imagen de mi padre feliz desde arriba del barco al llegar”, asegura mientras retrata que “mis padres sufrieron hambre y horrores durante la guerra siendo niños y adolescentes. Por eso de adultos, y con familia, buscaron un mejor lugar para ellos y poder criar a sus hijos. Argentina era el lugar elegido por mucho de nuestros compatriotas”.
Son casi 19 mil kilómetros los que separan Okinawa de la Capital Federal y en todo el trayecto que duró sesenta días fueron parando en distintos puertos: “mi viaje a la Argentina fue muy largo, pero muy lindo porque no tenía obligaciones. Jugaba con otras niñas todo el tiempo y aprendí a tejer a crochet de una señorita que durante el viaje solo tejía y su destino era Uruguay, donde la esperaba su futuro marido. Cada tanto llegábamos a algún lugar y podíamos bajar y pasear un poco. Pasamos por Hong Kong, también por una parte de África y por Montevideo donde se bajó la señorita a reencontrarse con su novio”, detalla como si fuese ayer. Los recuerdos le brotan a medida que narra cada respuesta y cada pregunta despierta un nuevo detalle.
La localidad de Remedios de Escalada la recibió con algunos detalles que le llamaban mucho la atención, pero que rápidamente los adoptó como propios. Es que si bien era muy chica y todo era nuevo, la inocencia primó más y pronto comenzó a sentirse como en casa. “Con 7 años era todo para aprender y con mejor calidad de vida, confort, alimentación y una sociedad argentina muy amable para con nuestra colectividad. En mi barrio era una extraña por mis rasgos orientales pero muy querida por mis amigos y vecinos, debo decir que tuve un muy buen recibimiento de todos”, insiste al traer al presente aquellas primeras experiencias con gente nueva.
Y eso que puede parecer tan común para muchos que viajan y se asientan en un nuevo destino, para la colega tenía un agregado que eran los recuerdos que traía de sus años en Japón. “Algo muy raro para mí era que todos eran occidentales. Y les temía porque los occidentales que conocí eran los soldados norteamericanos, ciertamente no queridos, que eran sinónimo de malos para los niños. Pero pronto me fui acostumbrando a la diversidad de rasgos”.
Como todos los colegas que entrevistamos en esa sección, la Dra. Shimabukuro pudo volver a su ciudad natal y reencontrarse con familiares. Lo hizo en dos oportunidades y en cada viaje la experiencia fue muy enriquecedora desde lo afectivo.
“Viajé con mis padres y un hermano menor (argentino) en diciembre de 1980. Japón ya empezaba a ser una potencia y eso se veía y la tecnología que tenía. Había, por ejemplo, televisión a color en casi todos los hogares cuando en Argentina recién se estaba asomando ese servicio”. En esa oportunidad recuerda que si bien la fisonomía del lugar había cambiado y era poco lo que quedaba del lugar tal como ella lo vio por última vez, “estaban mis afectos, mi abuela, tíos y primos”.
La segunda vez que cruzo el mundo lo hizo por una ocasión muy particular, relacionada por una costumbre de sus antepasados: “Viajé con mi hijo menor a festejar el cumpleaños 88 de mi abuela. Es tradición hacer una gran fiesta con todas las personas que cumplen 88 ese año y se celebra en el salón del municipio con familiares y amigos. El espectáculo en honor a los agasajados esta a cargo de la familia, por lo que ni bien llegamos, mi prima de EE.UU. y yo de Argentina nos sumamos al resto a aprender una danza típica en honor a nuestra abuela y el resto de los cumpleañeros”.
Sobre el final de la charla y como reflexión, asegura que “es lindo volver a los orígenes, compartir y transmitir las tradiciones de nuestros ancestros a nuestros hijos y nietos que viven en otro país con otra cultura y otro idioma”. En esa línea, puntualiza que sus estudios en Ciencias Económicas se debieron, en primer término, a una necesidad de rápida salida laboral, pero en última instancia a un modo de encarar la vida y plantarse ante la realidad propia de los valores que le inculcaron: “creo que el camino recorrido a la culminación de la carrera fue muy largo pero el balance de mi vida es positivo, porque vivo de esto y tengo una familia hermosa y feliz; agradezco a este país por el lugar que me ha dado en todos los aspectos”.