Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
El autor, radicado desde hace 20 años en el Reino Unido, donde se ha especializado en economía y longevidad, analiza el paso del tiempo y los cambios entre las generaciones. “Este proceso de creciente heterogeneidad interindivudal tiene implicancias económicas y a su vez es influido por variables económicas”, afirma el intelectual y asegura que “hay vínculos muy fuertes entre el envejecimiento demográfico y la creatividad, la innovación, oportunidades de negocio, productividad y empleo, posición fiscal, jubilaciones, distribución del ingreso, decisiones financieras, el cuidado social, solo por nombrar alguna de las áreas de estudio de esta especialidad sobre la cual no existe ningún centro de investigación en Argentina”.
“Con la creciente proporción de adultos mayores en la población, los sistemas de jubilación van a quebrar, el gasto público en salud y asistencia social va a dispararse inconteniblemente, los mercados financieros van a caer por falta de demanda, no va a haber mano de obra suficiente para producir los bienes y servicios necesarios, la innovación tecnológica y el ritmo de aparición de nuevos emprendimientos van a detenerse, y las políticas públicas dirigidas a niños y adolescentes van a resentirse. No cabe dudas: el envejecimiento demográfico es perjudicial para la actividad económica.”
He escuchado, leído y meditado sobre estos argumentos por varios años, a lo largo de los cuales me he dedicado a estudiar los vínculos entre envejecimiento y economía. ¿Mi conclusión? ¡Como todo economista que se precie, mi respuesta es ‘depende’! Pero en serio: nada de lo escrito en el párrafo anterior es inamoviblemente cierto. El envejecimiento demográfico no es necesariamente perjudicial para la actividad económica -puede serlo, pero también puede ser beneficioso-.
Entendí que el envejecimiento individual -proceso al cual ninguno de nosotros es ajeno, ya que en cada uno empezó desde que fuimos gestados- tiene muy importantes efectos en las decisiones económicas. Y me maravillé al darme cuenta de que no solamente los procesos de envejecimiento poblacional e individual influyen en la economía, sino que la economía influye en ambos procesos de envejecimiento. De allí que hablo de economía ‘y’ envejecimiento, y no de economía ‘del’ envejecimiento.
Empecemos por ver qué entendemos por vejez, o mejor aún, por edad. ‘Fácil’, dirá -el documento no miente-. No y sí. Porque, una cosa es la edad cronológica (cuantas velitas sopló, aunque más no sea simbólicamente, en su último cumpleaños) y otras son la edad biológica, la edad cognitiva, la edad psicológica y la edad social.
La edad cronológica es la medida utilizada para, por ejemplo, calcular las pirámides poblacionales. Muchas políticas públicas, como la elegibilidad a programas de gobierno o el acceso a ciertos derechos, por ejemplo, se basan en indicadores derivados de esta forma de entender la edad de las personas. Por ejemplo, el coeficiente de dependencia por edad, es decir el cociente entre la cantidad de personas mayores de 65 años y la cantidad de personas entre 16 y 65. Aparte del falso supuesto subyacente especialmente al término 'dependencia', de que las personas pasan a depender a partir de cierta edad cronológica de la población en edad económicamente ‘activa’, cabe preguntarse si la edad cronológica es una guía confiable para el diseño de políticas. Hay autores que produjeron pirámides de población no en función de los años vividos sino de los años que estadísticamente se espera que vivan los miembros de una población. Los resultados son muy auspiciosos: muchos tienen un gran acervo de años por delante, incluso en las supuestamente condenadas sociedades más envejecidas.
Por otra parte, a medida que envejecemos nos vamos diferenciando cada vez más unos de otros: crece la heterogeneidad interindividual, en prácticamente toda índole -desde la capacidad cognitiva hasta la motricidad fina-. Les presento la edad biológica, la cual se puede bucear hasta nuestros genes; más precisamente, los telómeros, los extremos de los cromosomas, verdaderos relojes biológicos que ‘mienten’ mucho menos que nuestros documentos de identidad: cuanto más largos, más joven es el individuo, biológicamente hablando. Y resulta que, a una misma edad cronológica, hay individuos de diversas edades biológicas. Y resulta, asimismo, que la economía tiene algo que ver con la longitud de los telómeros -por ejemplo, es menor entre personas con ocupaciones de menor complejidad-. ¡La economía se mete bajo la piel!
Esto no es todo: nuestra actitud hacia el riesgo, nuestro grado de empatía, de competitividad, de agresividad, nuestra tasa de descuento psicológica -todas estas variables que tanto impactan en el quehacer económico dependen de la edad cognitiva-. Y, disculpen si sueno a vendedor ambulante, por si esto fuera poco, cuán viejos nos sentimos -la edad psicológica- y cuán viejos nos ven -la edad social- también son relevantes para, y también son influidas por la economía.
Como grupo etario, los adultos mayores son los principales demandantes de servicios de salud. Por ende, a mayor proporción de ancianos, mayor será el gasto público en salud, lo que eventualmente generará presión en otras áreas del gasto y en el equilibrio fiscal. No tan rápido. Por empezar, existe lo que se conoce como ‘compresión de la morbilidad’: vivimos más años que nunca en la historia, pero muchos vivimos una mayor proporción de esos años adicionales gozando de buena salud. ¿De qué depende? Entre otras cosas, ¡de la economía! -en particular, de la desigualdad del ingreso-. Por otra parte, una parte sustancial del gasto público en salud relacionado con el envejecimiento no es impulsado por este proceso: es decir, el envejecimiento no causa todas estas erogaciones. Finalmente, el gasto realmente elevado se concentra en los últimos meses de vida -y es pertinente preguntarse si se trata de una asignación eficiente de recursos escasos-; al menos, hay muchos que se lo preguntan.
Pasados los 65 años de edad, las personas dejan de ser económicamente activas, ¿no? Bueno, esa puede ser la definición oficial, pero dista mucho de la realidad de la mayoría. No solamente hay adultos mayores trabajando en empleos remunerados -desde pescadores en Japón a jornaleros en Perú a actores en Hollywood-, algunos de los cuales no perciben haberes jubilatorios, sino que existe un enorme ejército de trabajadores a nivel mundial en actividades no remuneradas como tareas de voluntariado o cuidado de nietos, amén de las tareas del hogar, que no tienen fecha de vencimiento.
Respecto al trabajo remunerado formal, los datos más recientes indican que en Argentina, la tasa de participación laboral entre hombres mayores de 55 años supera al promedio de los países desarrollados, y viceversa para las mujeres. Y, repito, esto solamente en materia de trabajo formal. Pero, ¿esto no va en desmedro del empleo especialmente de jóvenes? ¿No se les está cercenando la posibilidad de iniciar una carrera o de avanzar, acaso? Estudio tras estudio confirma que no. Además, la productividad laboral no se deteriora, en promedio, con la edad del trabajador -y, en muchas actividades, crece o se mantiene bien entrados los sesenta-. Asimismo, grupos de trabajo intergeneracionales presentan mayores niveles de productividad que grupos formados por personas de edades similares.
La acumulación de capital físico y humano, la composición de los flujos internacionales de bienes y servicios, la tasa de innovación tecnológica, el grado de emprendimiento y de apertura de nuevos negocios -las variables de las que depende en última instancia el crecimiento, todas están influidas por e impactan en el envejecimiento individual y demográfico.
Desgranar estos efectos excedería el espacio de esta nota -y de la revista-, pero les dejo un dato: si bien muchos indicadores de envejecimiento demográfico no están asociados estadísticamente con el desempeño económico de las naciones, si lo están con la densidad de robots en la industria -¡y lo están positivamente!-.
Pobreza, jubilaciones, mercados de consumidores, vivienda, transporte… son tantos los temas que pueden abordarse. En sí, no he hallado tópico de economía en el que el envejecimiento no juegue un rol central.
No hay ningún centro de estudios especializado en envejecimiento y economía en Argentina. El envejecimiento es una realidad y ya es hora de empezar a formar expertos para entender mejor todas sus implicancias. Les aseguro que es un área de estudios apasionante.
Los contenidos que se publican son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no expresan necesariamente el pensamiento de los editores.