Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
El ser humano no puede evadir las emociones, que condicionan, dependiendo de su impacto, la labor profesional y la manera en que las personas se desempeñan en el ámbito laboral. Aunque inevitables, pueden ser contenidas mediante el desarrollo de la inteligencia emocional. Aprender a gestionarlas (o auditarlas) es la clave para lograr una mayor productividad y una mejora en las competencias profesionales de cada uno, como así también, la profundización de las relaciones sociales. El coaching ontológico, un aliado para obtenerla.
Gestionar las emociones es importante para adaptarnos al mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo en el que vivimos, ya que son el “termostato” que regulan las acciones que realizamos.
Las emociones tienen la función de adaptarnos al medio. En sí, no son ni buenas ni malas, no se pueden evitar, son universales y se manifiestan en el cuerpo y en nuestras reacciones. A su vez, tienen carácter público, son inconscientes, intensas, efímeras y las llamadas “emociones primarias” son 6: miedo, alegría, tristeza, ira, sorpresa y asco.
Generalmente, se suele asociar al profesional en ciencias económicas como un ser pensante; sin embargo, todos somos seres emocionales que razonamos, independientemente de la actividad que desarrollemos. La trascendencia que le damos a lo que nos sucede depende de lo que sentimos, así como también de las creencias, los filtros a través de los cuales observamos e interpretamos la realidad y las conversaciones que tenemos con nosotros mismos.
Cada vez que experimentamos un suceso inesperado se activa una emoción. Por ejemplo, cuando sale una nueva resolución; cuando las páginas de Internet que necesitamos para hacer las presentaciones no funcionan; cuando hay tareas imprevistas por resolver inmediatamente; cuando nos llama un cliente; cuando llega una notificación, entre otros. Pero, ¿pensamos alguna vez desde qué emoción actuamos?
Es importante poder reconocerlas, aceptarlas, interpretarlas, usarlas de una manera apropiada para poder comunicarnos asertivamente y lograr la tarea que estemos haciendo de manera productiva. Para conectar con ellas, es fundamental estar en el momento presente y analizar nuestros paradigmas y modelos mentales.
Según Daniel Goleman, la inteligencia emocional es la capacidad de reconocer nuestras propias emociones y administrarlas dentro de nosotros y en nuestras relaciones, como así también, utilizarlas para guiar el pensamiento de acción.
Existen dos formas elementales de inteligencia emocional. Por un lado, se encuentra la inteligencia interpersonal, que implica entender y comprender las emociones de los demás y tener la habilidad de reaccionar según el estado anímico del otro. Por el otro, ubicamos a la inteligencia intrapersonal, que se basa en entender y comprender las emociones propias, tenerlas en cuenta al momento de tomar decisiones y ser capaz de regularlas según la situación en la que nos encontremos.
Poner en práctica la inteligencia emocional trae consigo una serie de beneficios: nos permitirá obtener una mayor productividad laboral, mejorar las competencias profesionales y tener relaciones más asertivas.
Así como en la contabilidad el activo tiene que ser igual a la suma del pasivo y el patrimonio neto para obtener el “Estado de Situación Patrimonial”, para lograr la igualdad en nuestro “Estado de Situación Personal”, podremos alcanzar “nuestro equilibrio” una vez que haya coherencia entre lo que sentimos, pensamos y hacemos.
Una herramienta que nos permite chequear nuestras emociones y cambiar el foco a partir del cual observamos la realidad para concretar nuestras metas y objetivos es el coaching ontológico.
A través de preguntas, el coach acompaña al cliente a que descubra los recursos que tiene para lograr aquello que desea en cualquier ámbito de su vida. Para mejorar “nuestro resultado” es importante comprometernos con el cambio que queremos obtener, ya que lo que nos diferencia del resto es nuestra acción, y la actitud con la que impulsemos nuestras tareas será clave para lograrlo.
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