Realidad Profesional | Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Provincia de Buenos Aires y su Caja de Seguridad Social
El liderazgo ha sido ampliamente estudiado, ya que impacta directamente en los resultados organizacionales y en la vida de las personas, y si bien existen muchas teorías, ninguna captura completamente su complejidad. En el ámbito laboral, no todos los que ocupan el rol de líder aplican un liderazgo efectivo, y prácticas como el control excesivo o el enfoque en resultados inmediatos pueden condicionar el desempeño de los integrantes de un equipo de trabajo y su bienestar. En esta nota, la Dra. Fátima González se centra en las cualidades que debe tener un liderazgo para que sea efectivo y la manera en que esta innovadora concepción de liderazgo puede traer mejoras sustanciales para las organizaciones y las personas que forman parte de ellas.
Mucho se ha escrito sobre el liderazgo. A lo largo del tiempo, han surgido innumerables teorías que intentan descifrarlo. ¿A qué se debe este inagotable interés? Quizás sea porque el liderazgo tiene un impacto directo y poderoso en la obtención de resultados y en la dinámica de las organizaciones, pero también, y no menos importante, en la vida de las personas.
A pesar de las numerosas teorías desarrolladas, ninguna logra capturar plenamente su complejidad. Cada enfoque aborda distintos aspectos, intentando dar respuesta a preguntas clave sobre qué constituye un liderazgo efectivo: ¿Cómo se inspira a un equipo? ¿Quién establece las metas? ¿Es un acto de poder o una construcción basada en la confianza y la colaboración? ¿Su impacto se limita a alcanzar objetivos o también transforma a las personas involucradas?
Más que hallar respuestas definitivas, el verdadero desafío radica en entender que el liderazgo es una práctica en constante evolución: flexible y cambiante. Es un concepto vivo, que se adapta y transforma junto con las necesidades de quienes lo ejercen y experimentan. En este marco, el ejercicio del liderazgo actual exige abordar los desafíos propios de nuestra época.
Sería un error asumir que toda persona en un rol de gestión ejerce automáticamente un liderazgo efectivo. Aunque el ideal para quienes tienen la oportunidad de “tener gente a cargo” —o, mejor dicho, de “conformar equipos de trabajo”— debería ser desarrollar un liderazgo auténtico, la realidad muchas veces muestra otra cara.
En posiciones de alta responsabilidad, es común caer en prácticas que comprometen la efectividad del liderazgo, como el control excesivo, reflejo de una falta de confianza en el equipo, que genera tensión y limita la autonomía; la obsesión por las métricas y los resultados inmediatos, tentados por los halagos y los logros de corto plazo, pero descuidando el impacto a largo plazo; y un enfoque reactivo, dominado por las urgencias, que dificulta el logro de una visión estratégica.
Estas dinámicas, aunque comprensibles bajo presión, desvían a los directivos de lo que realmente define a un buen líder: la capacidad de inspirar y construir un entorno de confianza y colaboración.
Un liderazgo efectivo se distingue al enfocarse en aspectos que van más allá de las tareas diarias y los resultados inmediatos. Los líderes establecen visiones claras, que inspiran y motivan a los equipos hacia objetivos comunes; despiertan emociones positivas, generando un entorno de confianza, entusiasmo y sentido de pertenencia; crean una cultura basada en valores compartidos, donde el respeto, la integridad y la colaboración son pilares fundamentales; y fomentan el crecimiento de las personas, impulsando el desarrollo de habilidades, la autonomía y el potencial de cada miembro del equipo.
La complejidad del mundo moderno nos exige abandonar modelos jerárquicos rígidos. La cooperación y el trabajo en equipo se vuelven esenciales para gestionar entornos volátiles, inciertos, complejos y ambiguos.
Reflexionemos, entonces, sobre cómo ejercemos nuestras profesiones en estos contextos. Los constantes cambios regulatorios que modifican nuestro “saber hacer” a menudo nos desvían del foco principal, llevándonos a centrarnos en perfeccionar nuestras habilidades técnicas, convencidos de que eso es suficiente para enfrentar los desafíos. Aunque estas habilidades son importantes, no garantizan un éxito sostenible.
Entonces, ¿cuánto tiempo realmente dedicamos al desarrollo de habilidades de liderazgo eficaz? Debemos construir equipos que logren resultados, colaboren y se comuniquen de manera clara, asignando roles según las fortalezas individuales y grupales, y valorando la diversidad de perspectivas. Esto lo sabemos, pero ¿cómo lo llevamos a la práctica?
Un liderazgo efectivo debe enfocarse en tres áreas clave, asegurando que los esfuerzos y la energía no se concentren solo en una de ellas, sino que se trabajen de manera equilibrada a largo plazo.
En primer lugar, el liderazgo ejerce una influencia significativa sobre las necesidades de la organización, llevando a cabo la misión y los objetivos institucionales, expresados a través de las metas operacionales. “El líder es el que logra que las cosas pasen.”
En segundo lugar, su impacto se extiende al individuo, considerando el rol que debe desempeñar, las responsabilidades a las que debe enfrentarse y las condiciones en las que llevará a cabo su función.
Y, por último, ejerce influencia sobre el equipo de trabajo. Debe trabajar en unificar comportamientos de todos los integrantes a partir de sus deseos y expectativas, operando como transmisor de valores compartidos, que poco a poco van conformando una cultura organizacional.
Aprender la disciplina del trabajo en equipo implica para cada persona tener la disponibilidad de transformar los vínculos de competencia por vínculos de cooperación.
Daniel Goleman, uno de los psicólogos más influyentes de los últimos años, junto con Richard Boyatzis y Annie McKee, presentan en su libro “El líder resonante crea más” el concepto de liderazgo resonante. Según estos autores, el líder auténtico no se distingue por su habilidad técnica o su talento, sino por su capacidad para inspirar energía, pasión y entusiasmo en los demás. Un liderazgo efectivo implica saber gestionar las propias emociones y fomentar sentimientos positivos en los equipos, es decir, crear resonancia.
Un líder resonante es aquel que puede crear una conexión emocional con su equipo, inspirando y motivando a través de la empatía, la autenticidad y la comunicación efectiva. Según Goleman, el liderazgo efectivo no se mide únicamente por los resultados tangibles o los logros operativos, sino también por el bienestar y el crecimiento personal que genera en las personas. En este sentido, un líder resonante no busca imponer autoridad, sino inspirar confianza y compromiso, cultivando un entorno donde las emociones positivas fomenten el desempeño óptimo y la innovación.
El liderazgo encuentra su verdadero propósito cuando contribuye al bienestar y la realización de las personas. ¿Quién no ha experimentado alguna vez la frustración de trabajar bajo un jefe que genera desmotivación, insatisfacción o incluso un sentimiento de invisibilidad? Cuando no logramos conectar con nuestro equipo y fomentar un verdadero sentido de pertenencia, el resultado no solo es la falta de compromiso, sino también el deseo de abandonar el grupo y buscar otras oportunidades. En consecuencia, el desempeño global se ve afectado, la productividad se erosiona y las relaciones interpersonales comienzan a generar conflictos.
Un líder que desarrolla competencias relacionadas con la gestión emocional puede manejar mejor el estrés, tomar decisiones más informadas y construir relaciones más sólidas y efectivas. En un entorno de trabajo, esto se traduce en equipos más cohesionados, mayor satisfacción laboral y, en última instancia, mejores resultados organizacionales.
Por otro lado, el concepto de valor compartido de Michael Porter resuena con esta perspectiva. Las organizaciones no pueden prosperar en comunidades que carecen de bienestar. Los líderes tienen una responsabilidad que va más allá de su ámbito inmediato: son actores clave en la creación de un equilibrio donde el éxito económico esté alineado con el progreso social. Este enfoque no solo es éticamente correcto, sino que también es estratégico, ya que garantiza sostenibilidad y legitimidad a largo plazo.
El punto de apalancamiento en el liderazgo radica en la capacidad de influir significativamente en las personas, las organizaciones y la sociedad. Se trata de integrar propósitos que generen un impacto positivo y sostenible, y a la vez, por supuesto, cumplir metas de una manera económicamente viable.
La persona que ejerza una función de liderazgo debe ser lo suficientemente valiente, creativa, con visión sistémica, para operar los recursos disponibles y con ellos cambiar la realidad, por lo que la verdadera pregunta no es únicamente qué tipo de líderes queremos ser, sino qué tipo de impacto estamos dispuestos a generar desde nuestra posición de influencia. Porque liderar, en su esencia más pura, no es un acto de poder, sino más bien de servicio: hacia las personas, hacia las organizaciones y hacia el futuro que queremos construir.
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